sábado, 15 de octubre de 2016

¿Todavía podrán?


Ahora sí que es cuestión de planteárselo seriamente. Lo de sí se puede o no se puede, digo. Ya que, en España, el ejemplo griego ha sido, al tiempo, un palo para los aspirantes, un toque de atención para los esperanzados, una nota a pie de página para los escépticos y un premio gordo para los pancistas que alternan en el poder. También lo advertimos en los menesterosos que han buscado el amparo en los gobiernos de nuevo cuño. Que no es tan fácil como se prevé, o que lo difícil es enfrentarse a la realidad, a la existencia de una oligarquía manipuladora de una democracia títere. Que hablar es más fácil que gobernar.
 
Palabras, las últimas, empleadas en aquel artículo, «¿Podrán?», publicado hace unos meses en esta casa, donde dudaba de si, por su modo de comunicar y por sus vínculos ideológicos, Podemos era el partido venido a acallar mis lamentos. No reproduciré ahora mis argumentos en una suerte de afán remolón. Lo que tecleado está, tecleado queda. Acúdase a los archivos, si es de interés. En cambio, sí desearía recuperar unas líneas que me sirvieron entonces de conclusión y cierre. No eran mías, sino de Antonio Cánovas del Castillo: «La política es el arte de aplicar en cada época de la Historia aquella parte del ideal que las circunstancias hacen posible […]; nosotros no hemos de hacer ni pretender todo lo que quisiéramos, sino todo lo que en este instante puede aplicarse sin peligro».
 
La Historia tiene la costumbre de repetirse, si la borramos o no aprendemos de ella. Incluso aprendiendo, regresa para refrescar nuestro recuerdo y encender nuestras conciencias. Porque esa sentencia, idea, principio, aforismo, o como quiera denominarse, defendida con impoluta claridad y juiciosa lucidez por nuestro ilustre político decimonónico, parece que no era conocida por Syriza, y parece que ha sido olvidada por nosotros. La política no somete a la Historia ni a las circunstancias que la gestaron. Al contrario. La Historia, junto a las circunstancias que la escriben, determina la política. Es el momento histórico el que delimita la política, discrimina parcelas del ideario y autoriza los fundamentos de los cuales se valdrán los ciudadanos llamados a practicar el arte. Y ésta es la difícil, dura realidad a la que se enfrentó Alexis Tsipras cuando recibió el mandato gubernativo de su pueblo: en la época histórica, las circunstancias no hicieron posible aplicar gran parte del ideario prometido, quizá ninguna parte. No tuvo en consideración que no podía pretender todo lo que quería, que quedaba obligado a aquello que en ese instante podía aplicar sin peligro. Por ello, abiertos los ojos al desdichado escenario europeo ¾acaso mundial¾, Tsipras no pudo hacer otra cosa, salvo plegarse a las suicidas e infames exigencias presentadas, bajándose los pantalones, gesto acompañado de la correspondiente inclinación, a la espera de evitar lo que estimó el «peligro» para su pueblo (otros recurrieron a la fórmula «temblor de piernas», yo no ambiciono la morigeración). Ni siquiera la máxima expresión de democracia directa, como es el referéndum, sirvió para trasmutar las circunstancias reinantes en la época histórica; mostrándose una cruel lección: la democracia no gobierna, sólo es una apariencia holográfica alimentada por estímulos retributivos que dispensan una falsa felicidad, base de la conformidad social.
 
De vuelta a España, la derrota de Tsipras supuso un mes de silencio de Podemos, la contención de sus promesas, su caída en las encuestas y su justificación para el destierro de Juan Carlos Monedero con el fin de rebozarse en una postiza moderación (Tsipras, después, obraría igual con Yanis Varoufakis).
 
Así, ¿es de ilusos anhelar un nuevo orden mundial? Por hechos, la política siempre va por detrás de la sociedad ¾distinto es la mayor o menor distancia¾, pues, como anotaba antes, la política no marca las circunstancias de cada época histórica. La función compete a la sociedad, a la cual la política ha de adaptarse ¾la distancia decidirá la mayor o menor prontitud en la adaptación¾. Por tanto, la política ansiada ha de encontrar acomodo en la sociedad resuelta a responder ante ella.
 
Con las recientes elecciones (se repone a Syriza, lo mismo da) y sin una sociedad marcando las circunstancias, Grecia dispondrá de la enésima oportunidad para descubrir de una vez por todas que, sea cual sea el camino político escogido, arrastrará el aciago peso de su Historia, cual irónica tragedia clásica, por ser la época que le tocó vivir. Y quien crea que puede aplicar su ideario político sin respetar su época histórica es que no se ha enterado de nada.

Lucenadigital.com, 1 de octubre de 2015

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