Ahora sí que es cuestión de planteárselo
seriamente. Lo de sí se puede o no se puede, digo. Ya que, en España, el
ejemplo griego ha sido, al tiempo, un palo para los aspirantes, un toque de
atención para los esperanzados, una nota a pie de página para los escépticos y
un premio gordo para los pancistas que alternan en el poder. También lo
advertimos en los menesterosos que han buscado el amparo en los gobiernos de
nuevo cuño. Que no es tan fácil como se prevé, o que lo difícil es enfrentarse
a la realidad, a la existencia de una oligarquía manipuladora de una democracia
títere. Que hablar es más fácil que gobernar.
Palabras,
las últimas, empleadas en aquel artículo, «¿Podrán?», publicado hace unos meses
en esta casa, donde dudaba de si, por su modo de comunicar y por sus vínculos
ideológicos, Podemos era el partido venido a acallar mis lamentos. No
reproduciré ahora mis argumentos en una suerte de afán remolón. Lo que tecleado
está, tecleado queda. Acúdase a los archivos, si es de interés. En cambio, sí
desearía recuperar unas líneas que me sirvieron entonces de conclusión y
cierre. No eran mías, sino de Antonio Cánovas del Castillo: «La política es el
arte de aplicar en cada época de la Historia aquella parte del ideal que las
circunstancias hacen posible […]; nosotros no hemos de hacer ni pretender todo lo que
quisiéramos, sino todo lo que en este instante puede aplicarse sin peligro».
La
Historia tiene la costumbre de repetirse, si la borramos o no aprendemos de
ella. Incluso aprendiendo, regresa para refrescar nuestro recuerdo y encender
nuestras conciencias. Porque esa sentencia, idea, principio, aforismo, o como
quiera denominarse, defendida con impoluta claridad y juiciosa lucidez por
nuestro ilustre político decimonónico, parece que no era conocida por Syriza, y
parece que ha sido olvidada por nosotros. La política no somete a la Historia
ni a las circunstancias que la gestaron. Al contrario. La Historia, junto a las
circunstancias que la escriben, determina la política. Es el momento histórico
el que delimita la política, discrimina parcelas del ideario y autoriza los
fundamentos de los cuales se valdrán los ciudadanos llamados a practicar el
arte. Y ésta es la difícil, dura realidad a la que se enfrentó Alexis Tsipras
cuando recibió el mandato gubernativo de su pueblo: en la época histórica, las
circunstancias no hicieron posible aplicar gran parte del ideario prometido,
quizá ninguna parte. No tuvo en consideración que no podía pretender todo lo
que quería, que quedaba obligado a aquello que en ese instante podía aplicar
sin peligro. Por ello, abiertos los ojos al desdichado escenario europeo ¾acaso mundial¾,
Tsipras no pudo hacer otra cosa, salvo plegarse a las suicidas e infames
exigencias presentadas, bajándose los pantalones, gesto acompañado de la
correspondiente inclinación, a la espera de evitar lo que estimó el «peligro»
para su pueblo (otros recurrieron a la fórmula «temblor de piernas», yo no
ambiciono la morigeración). Ni siquiera la máxima expresión de democracia
directa, como es el referéndum, sirvió para trasmutar las circunstancias
reinantes en la época histórica; mostrándose una cruel lección: la democracia
no gobierna, sólo es una apariencia holográfica alimentada por estímulos
retributivos que dispensan una falsa felicidad, base de la conformidad social.
De
vuelta a España, la derrota de Tsipras supuso un mes de silencio de Podemos, la
contención de sus promesas, su caída en las encuestas y su justificación para
el destierro de Juan Carlos Monedero con el fin de rebozarse en una postiza
moderación (Tsipras, después, obraría igual con Yanis Varoufakis).
Así,
¿es de ilusos anhelar un nuevo orden mundial? Por hechos, la política siempre
va por detrás de la sociedad ¾distinto
es la mayor o menor distancia¾,
pues, como anotaba antes, la política no marca las circunstancias de cada época
histórica. La función compete a la sociedad, a la cual la política ha de
adaptarse ¾la distancia decidirá la mayor o menor prontitud en la adaptación¾. Por tanto, la política ansiada ha de encontrar acomodo en la
sociedad resuelta a responder ante ella.
Con
las recientes elecciones (se repone a Syriza, lo mismo da) y sin una sociedad
marcando las circunstancias, Grecia dispondrá de la enésima oportunidad para
descubrir de una vez por todas que, sea cual sea el camino político escogido, arrastrará
el aciago peso de su Historia, cual irónica tragedia clásica, por ser la época
que le tocó vivir. Y quien crea que puede aplicar su ideario político sin
respetar su época histórica es que no se ha enterado de nada.
Lucenadigital.com, 1 de octubre de 2015
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