Es conocido refrán castellano aquél que dice
que, cuando un tonto coge un camino, el camino se acaba, pero el tonto sigue
ahí. Yo, frente a tales menesteres, y sin desmerecer la calidad del tonto
berroqueño, enrocado en la mismidad de su tontería, soy más partidario de
parafrasear al Eclesiastés, llegando
a la conclusión de que el número de imbéciles que pululan por este mundo es
incontable. Basta con echar un vistazo a las consecuencias de Internet. Las
ventajas son extraordinarias, cuidado; aunque por ello haya que pagar el
pertinente precio. ¿Merece la pena? Sin duda. Lo merece. Lo cual no evita que el
tonto, y me refiero al tonto de verdad, al de libro, tenga a su alcance un
nuevo medio, quizá el más versátil y universal, para deleitar al mundo con un
amplísimo y variopinto catálogo de tonterías, poniendo de manifiesto no sólo la
virtud de su tontedad, desconocedora de límites, sino además su admirable afán
de superación y su pertinaz rivalidad con otros que, como él, se empecinan en
probar al planeta que el tonto del haba es el único ser que no comprende de
discriminación por cuestión de raza, nación, nacimiento, sexo, edad, ideología
o religión.
En
primer lugar, el de la foto. Aquí está quien, ingeniando inverosímiles
posturas, contorsiones circenses, o buscando fondos curiosos o temáticas
surrealistas —cuando no absurdas—, lanza una foto que no se puede resistir a compartir
por la distintas redes sociales. Una vez captada la atención del segundo tonto
por naturaleza, imitación al canto y legión de idiotas a la zaga. Bombardeo de
fotos cuya onda expansiva alcanza al equipo de informativos de turno con algún
enfermo de la misma tontuna que contagia a los demás —o se dejan contagiar—, y
que tarda poco en concederle su justo espacio.
Luego
está el del vídeo. Una variante del anterior. Más elaborado, tirando de una
suerte de guión (los improvisados también dan buenos resultados) donde uno o
varios estúpidos con título oficial —homologable en la Unión Europea— se graban
haciendo gilipolleces para difundirlas por el mundo. ¿Y de verdad interesan al
mundo? Se ve que sí, cuando una nueva caterva colapsa las reproducciones
riéndoles las gracias, siguiéndoles la corriente, cual borregos azorados por su
pastor, como si lo que sea que grabaran o grabasen fuera o fuese digno de
dedicarle siquiera un minuto… Pero ése es el problema: por desgracia, es digno.
Claro que después nos encontramos con la desproporcionada imbecilidad de quien
delinque y lo graba con el iluminado fin de dejar constancia para la
posteridad, o para su simple recreación personal, como el psicópata que gusta
de conservar un recuerdo de sus víctimas a modo de trofeo o macabro
coleccionable. En estos casos se facilita el trámite judicial, por otra parte;
y la condena se gana por ser tonto al cubo —o del culo—, y no tanto por la
gravedad de la misma. Porque hay que ser imbécil de pata negra —con
denominación de origen— para grabarte conduciendo con una pierna sacada por la
ventanilla o manejando el volante desde el asiento del copiloto, y propagarlo
en la red.
Sin
embargo, lo más penoso de todo este asunto sociológico sometido al bagaje de
Internet es el whatsapp. Supone una
vía de comunicación ágil, práctica, de la cual se abusa hasta emplearla para la
conversación. Una conversación a distancia válida en cualquier momento y lugar.
De manera que, si del tonto andando con el móvil pegado a la oreja, pasamos al
tonto andando con el pinganillo colgado de la oreja, ahora la moda es el tonto
andando mientras escribe por el whatsapp.
Trascendencia destacable, pues éste es un tonto de los peligrosos. Pese a su
loable habilidad para escribir mientras camina (los hay que con respeto se
paran y apartan a un lado cuando lo utilizan), tiene la pega de que,
precisamente, camina mirando la pantalla del móvil, no por donde va. La
consecuencia es que tú, que paseas tranquilamente, tienes que procurar esquivar
al tonto del whatsapp, quien, por
descontado, está a lo suyo. Así, si hasta el momento abundaba el lógico sortear
de conciudadanos, vehículos y mierdas de perro, sumamos a los del whatsapp. Llegando el día en el que
habrá un choque múltiple de usuarios que, puestos al tecleo, colisionarán unos
con otros. Innegablemente, ante tan próxima eventualidad, las agencias de
seguros, con sus equipos de proyectos a la cabeza, se encontrarán ya
confeccionando pólizas de whatsapp
con cobertura a todo riesgo, acompañadas de su parte amistoso.
Y
éste último, comentaba, es el supuesto más triste, ya que, hipnotizados con
adicción por la dichosa pantallita del móvil, dejamos de admirar lo que tenemos
arriba, para agachar la cabeza, inclinarla, sumisos, a la dominación dictatorial
del fastidioso móvil dotado de Internet.
Lucenadigital.com, 31 de agosto de 2015
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