jueves, 15 de septiembre de 2016

El tonto el Internet

Es conocido refrán castellano aquél que dice que, cuando un tonto coge un camino, el camino se acaba, pero el tonto sigue ahí. Yo, frente a tales menesteres, y sin desmerecer la calidad del tonto berroqueño, enrocado en la mismidad de su tontería, soy más partidario de parafrasear al Eclesiastés, llegando a la conclusión de que el número de imbéciles que pululan por este mundo es incontable. Basta con echar un vistazo a las consecuencias de Internet. Las ventajas son extraordinarias, cuidado; aunque por ello haya que pagar el pertinente precio. ¿Merece la pena? Sin duda. Lo merece. Lo cual no evita que el tonto, y me refiero al tonto de verdad, al de libro, tenga a su alcance un nuevo medio, quizá el más versátil y universal, para deleitar al mundo con un amplísimo y variopinto catálogo de tonterías, poniendo de manifiesto no sólo la virtud de su tontedad, desconocedora de límites, sino además su admirable afán de superación y su pertinaz rivalidad con otros que, como él, se empecinan en probar al planeta que el tonto del haba es el único ser que no comprende de discriminación por cuestión de raza, nación, nacimiento, sexo, edad, ideología o religión.
 
En primer lugar, el de la foto. Aquí está quien, ingeniando inverosímiles posturas, contorsiones circenses, o buscando fondos curiosos o temáticas surrealistas —cuando no absurdas—, lanza una foto que no se puede resistir a compartir por la distintas redes sociales. Una vez captada la atención del segundo tonto por naturaleza, imitación al canto y legión de idiotas a la zaga. Bombardeo de fotos cuya onda expansiva alcanza al equipo de informativos de turno con algún enfermo de la misma tontuna que contagia a los demás —o se dejan contagiar—, y que tarda poco en concederle su justo espacio.
 
Luego está el del vídeo. Una variante del anterior. Más elaborado, tirando de una suerte de guión (los improvisados también dan buenos resultados) donde uno o varios estúpidos con título oficial —homologable en la Unión Europea— se graban haciendo gilipolleces para difundirlas por el mundo. ¿Y de verdad interesan al mundo? Se ve que sí, cuando una nueva caterva colapsa las reproducciones riéndoles las gracias, siguiéndoles la corriente, cual borregos azorados por su pastor, como si lo que sea que grabaran o grabasen fuera o fuese digno de dedicarle siquiera un minuto… Pero ése es el problema: por desgracia, es digno. Claro que después nos encontramos con la desproporcionada imbecilidad de quien delinque y lo graba con el iluminado fin de dejar constancia para la posteridad, o para su simple recreación personal, como el psicópata que gusta de conservar un recuerdo de sus víctimas a modo de trofeo o macabro coleccionable. En estos casos se facilita el trámite judicial, por otra parte; y la condena se gana por ser tonto al cubo —o del culo—, y no tanto por la gravedad de la misma. Porque hay que ser imbécil de pata negra —con denominación de origen— para grabarte conduciendo con una pierna sacada por la ventanilla o manejando el volante desde el asiento del copiloto, y propagarlo en la red.
 
Sin embargo, lo más penoso de todo este asunto sociológico sometido al bagaje de Internet es el whatsapp. Supone una vía de comunicación ágil, práctica, de la cual se abusa hasta emplearla para la conversación. Una conversación a distancia válida en cualquier momento y lugar. De manera que, si del tonto andando con el móvil pegado a la oreja, pasamos al tonto andando con el pinganillo colgado de la oreja, ahora la moda es el tonto andando mientras escribe por el whatsapp. Trascendencia destacable, pues éste es un tonto de los peligrosos. Pese a su loable habilidad para escribir mientras camina (los hay que con respeto se paran y apartan a un lado cuando lo utilizan), tiene la pega de que, precisamente, camina mirando la pantalla del móvil, no por donde va. La consecuencia es que tú, que paseas tranquilamente, tienes que procurar esquivar al tonto del whatsapp, quien, por descontado, está a lo suyo. Así, si hasta el momento abundaba el lógico sortear de conciudadanos, vehículos y mierdas de perro, sumamos a los del whatsapp. Llegando el día en el que habrá un choque múltiple de usuarios que, puestos al tecleo, colisionarán unos con otros. Innegablemente, ante tan próxima eventualidad, las agencias de seguros, con sus equipos de proyectos a la cabeza, se encontrarán ya confeccionando pólizas de whatsapp con cobertura a todo riesgo, acompañadas de su parte amistoso.
 
Y éste último, comentaba, es el supuesto más triste, ya que, hipnotizados con adicción por la dichosa pantallita del móvil, dejamos de admirar lo que tenemos arriba, para agachar la cabeza, inclinarla, sumisos, a la dominación dictatorial del fastidioso móvil dotado de Internet.

Lucenadigital.com, 31 de agosto de 2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario