He aquí la cuestión. Hace casi tres años
escribí para esta casa un artículo intitulado «Batalla perdida». En él me
lamentaba de que los movimientos populares surgidos en 2011 se hubieran quedado
en el grito de indignación, sin galvanizar en un partido, coalición o
agrupación que, concurriendo a unas elecciones, penetrara en el Legislativo,
cambiando la legalidad vigente. Y no me quedaba ahí. Profundizaba en la
necesidad de obrar con la honestidad de prestar un servicio público, sin
influencias ni intereses, de hacer lo que se debía hacer, de hacer lo correcto.
De propugnar una serie de principios y valores por encima de todo, con
objetividad, y actuar en consecuencia. Después, alcanzado el fin de depurar el
sistema de gobierno —que no la forma política—, de haber restituido la
credibilidad institucional y la dignidad a una sociedad entendida como conjunto
de seres humanos y no de cifras cosificadas con las cuales poder jugar
gratuitamente; después, comentaba, tocaría largarse, evitando una perpetuación
prescindible.
Hoy,
lo que se principiaba como un experimento a las elecciones europeas, ha logrado
una interesante representatividad en el Parlamento de la Unión y es un serio
candidato a la Presidencia del Gobierno y demás órganos territoriales. Podemos
parece ser la respuesta a esa organización cuya inexistencia lamentaba. Sólo
parece.
Desde
mi parcial y subjetiva opinión, uno de los problemas de los que adolece la
formación es su deficitaria capacidad de comunicación. Y me explico… O trataré
de hacerlo… Hasta ahora su mensaje ha convencido a multitud de votantes a
quienes ha lanzado un puñado de notas llenas de aquellas palabras que
esperaban, o deseaban, oír: casta elitista, política profesionalizada,
degradante corrupción, derecho a la vivienda, salario mínimo decente, servicios
energéticos generalizados, deuda pública inadmisible… Mensajes cargados de
esperanzas para una población arruinada, desahuciada, desesperada, que ha
pagado —hemos pagado— los platos rotos de todos, la decadencia propia y ajena —cuando
la ajena apenas la sienten sus dueños—. Y sin embargo, estos mensajes no dejan
de ser conclusiones en un silogismo incompleto, donde se echa en falta una
premisa fundamental. Pues, teniendo el porqué, todavía no han argumentado
claramente el cómo.
Es
natural, no saben con qué se encontrarán cuando accedan, amparados por una
mayoría suficiente, a las instituciones. Si acceden. Lo mismo ni pueden hacer
lo que se proponían, o del modo que se proponían (véase Grecia). Es decir,
alguien con mal pensamiento creería que no saben cómo hacerlo. La verdad es que
no saben si podrán hacerlo, y, al no
querer mentir, no lo dicen. Un error, si se me permite. Los clamores
encolerizados, saturados de rencor, resumen una demagogia para captar a quienes
esperan una florida utopía donde todos sus sueños serán realidad, terminando
con la pesadilla. Pero esto no es suficiente para un porcentaje de ciudadanos
indecisos, con la llave de la gobernabilidad quizá en sus manos. Aun
compartiendo esa desesperación, dudan del mensaje, precisamente porque los
emisores también dudan, balbucean al intentar exponer el cómo. Si procuraran
ser más rotundos y sinceros… «En estos momentos, no sabemos cómo lo vamos a
hacer. Toda institución es un caos contenido por un sistema desfasado y poco
transparente. Desconocemos qué nos encontraremos en los cajones. Pero tenemos
unos principios, y una promesa: luchar hasta el último aliento por vosotros,
por estar a vuestra altura, por devolveros el gobierno, por ponerlo a vuestro
servicio».
Hablar
es fácil. Gobernar, no. Afirmaba Cánovas que, en política, lo que no es posible
es falso. Así que es mejor no prometer imposibles, no prometer falsedades. De
estas promesas ya estamos escarmentados.
Igualmente,
considero que otro de los problemas que padece Podemos es el abandono de la
pureza del justo medio aristotélico para viciarse con la ideología. Esos
pedestales para Chávez, Morales, Correa o Maduro escaman. Ninguno es modelo de
nada, simplemente referente, como muchos otros. Hay que tomar lo que de bueno
haya en cada tendencia política y aprovecharlo con mesura y equidad. Para ello,
es imprescindible contar con prudencia, abstraerse de persuasiones o
sugestiones comprometidas. Ser estoico y pragmático.
El
discurso de Podemos me suena a venganza y resentimiento. La cólera y la condena
resultan vitales para reaccionar y deshacer aquello que de perjudicial ha
gobernado; la venganza y el resentimiento no legitiman la gobernanza. En aquel
artículo añoraba un hombre justo, no un revolucionario. Se precisa un
transformador, no un agitador.
Rescatándolo,
Cánovas aseveraba: «La política
es el arte de aplicar en cada época de la Historia aquella parte del ideal que
las circunstancias hacen posible […]; nosotros no hemos de hacer ni pretender
todo lo que quisiéramos, sino todo lo que en este instante puede aplicarse sin
peligro».
Se
habrá de hacer lo que se pueda, y sin peligro, puesto que, de no aplicar lo
adecuado, vendremos a pagar los mismos.
lucenadigital.com, 1 de marzo de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario