jueves, 10 de marzo de 2016

¿Podrán?

He aquí la cuestión. Hace casi tres años escribí para esta casa un artículo intitulado «Batalla perdida». En él me lamentaba de que los movimientos populares surgidos en 2011 se hubieran quedado en el grito de indignación, sin galvanizar en un partido, coalición o agrupación que, concurriendo a unas elecciones, penetrara en el Legislativo, cambiando la legalidad vigente. Y no me quedaba ahí. Profundizaba en la necesidad de obrar con la honestidad de prestar un servicio público, sin influencias ni intereses, de hacer lo que se debía hacer, de hacer lo correcto. De propugnar una serie de principios y valores por encima de todo, con objetividad, y actuar en consecuencia. Después, alcanzado el fin de depurar el sistema de gobierno —que no la forma política—, de haber restituido la credibilidad institucional y la dignidad a una sociedad entendida como conjunto de seres humanos y no de cifras cosificadas con las cuales poder jugar gratuitamente; después, comentaba, tocaría largarse, evitando una perpetuación prescindible.
 
Hoy, lo que se principiaba como un experimento a las elecciones europeas, ha logrado una interesante representatividad en el Parlamento de la Unión y es un serio candidato a la Presidencia del Gobierno y demás órganos territoriales. Podemos parece ser la respuesta a esa organización cuya inexistencia lamentaba. Sólo parece.
 
Desde mi parcial y subjetiva opinión, uno de los problemas de los que adolece la formación es su deficitaria capacidad de comunicación. Y me explico… O trataré de hacerlo… Hasta ahora su mensaje ha convencido a multitud de votantes a quienes ha lanzado un puñado de notas llenas de aquellas palabras que esperaban, o deseaban, oír: casta elitista, política profesionalizada, degradante corrupción, derecho a la vivienda, salario mínimo decente, servicios energéticos generalizados, deuda pública inadmisible… Mensajes cargados de esperanzas para una población arruinada, desahuciada, desesperada, que ha pagado —hemos pagado— los platos rotos de todos, la decadencia propia y ajena —cuando la ajena apenas la sienten sus dueños—. Y sin embargo, estos mensajes no dejan de ser conclusiones en un silogismo incompleto, donde se echa en falta una premisa fundamental. Pues, teniendo el porqué, todavía no han argumentado claramente el cómo.
 
Es natural, no saben con qué se encontrarán cuando accedan, amparados por una mayoría suficiente, a las instituciones. Si acceden. Lo mismo ni pueden hacer lo que se proponían, o del modo que se proponían (véase Grecia). Es decir, alguien con mal pensamiento creería que no saben cómo hacerlo. La verdad es que no saben si podrán hacerlo, y, al no querer mentir, no lo dicen. Un error, si se me permite. Los clamores encolerizados, saturados de rencor, resumen una demagogia para captar a quienes esperan una florida utopía donde todos sus sueños serán realidad, terminando con la pesadilla. Pero esto no es suficiente para un porcentaje de ciudadanos indecisos, con la llave de la gobernabilidad quizá en sus manos. Aun compartiendo esa desesperación, dudan del mensaje, precisamente porque los emisores también dudan, balbucean al intentar exponer el cómo. Si procuraran ser más rotundos y sinceros… «En estos momentos, no sabemos cómo lo vamos a hacer. Toda institución es un caos contenido por un sistema desfasado y poco transparente. Desconocemos qué nos encontraremos en los cajones. Pero tenemos unos principios, y una promesa: luchar hasta el último aliento por vosotros, por estar a vuestra altura, por devolveros el gobierno, por ponerlo a vuestro servicio».
 
Hablar es fácil. Gobernar, no. Afirmaba Cánovas que, en política, lo que no es posible es falso. Así que es mejor no prometer imposibles, no prometer falsedades. De estas promesas ya estamos escarmentados.
 
Igualmente, considero que otro de los problemas que padece Podemos es el abandono de la pureza del justo medio aristotélico para viciarse con la ideología. Esos pedestales para Chávez, Morales, Correa o Maduro escaman. Ninguno es modelo de nada, simplemente referente, como muchos otros. Hay que tomar lo que de bueno haya en cada tendencia política y aprovecharlo con mesura y equidad. Para ello, es imprescindible contar con prudencia, abstraerse de persuasiones o sugestiones comprometidas. Ser estoico y pragmático.
 
El discurso de Podemos me suena a venganza y resentimiento. La cólera y la condena resultan vitales para reaccionar y deshacer aquello que de perjudicial ha gobernado; la venganza y el resentimiento no legitiman la gobernanza. En aquel artículo añoraba un hombre justo, no un revolucionario. Se precisa un transformador, no un agitador.
 
Rescatándolo, Cánovas aseveraba: «La política es el arte de aplicar en cada época de la Historia aquella parte del ideal que las circunstancias hacen posible […]; nosotros no hemos de hacer ni pretender todo lo que quisiéramos, sino todo lo que en este instante puede aplicarse sin peligro».
 
Se habrá de hacer lo que se pueda, y sin peligro, puesto que, de no aplicar lo adecuado, vendremos a pagar los mismos.

lucenadigital.com, 1 de marzo de 2015

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