A propósito de ese retorno a la pequeña pantalla de la serie Frasier, en una nueva edición para 2023, que tan ansiosamente algunos esperábamos para caer sometidos, después, por el golpe cruel de la realidad, como el extraviado entre las infinitas dunas del desierto espera alcanzar pronto el paradisíaco oasis para descubrir que aquel idílico espacio en medio del fulgor ocre de la arena no es sino una pérfida jugarreta de su imaginación marchitada por la sed; a propósito, entonces, he devorado con animosa nostalgia las once temporadas originales de la serie, emitidas entre 1993 y 2004, ascendida a los altares por la crítica y el público y acribillada de premios, disfrutando como un gatete con su ovillo de lana.
domingo, 18 de mayo de 2025
Saga Bond: Sean Connery (IV)
Por qué la película más taquillera del periodo Connery, ganadora del Óscar a los Mejores Efectos Visuales (confesado el relativo valor que concedo a este tipo de reconocimientos), es para mí la más narcotizante e infumable de su singladura se podría argumentar, gracias a la fuerza expansiva y revitalizante de las palabras, por la desidia que el actor comenzaba a mostrar hacia el personaje que minaba su ánimo como los días minaban la frondosidad de su tejado craneal, el cual comenzaba a manifestarse fofo y desangelado, como acongojado o aplastado por las inmarcesibles desesperanzas arrastradas por el tiempo. Habían transcurrido sólo tres años desde la primera entrega y se presentaba a un Connery condensado por los turbios designios de la madurez. Aquel 007 que, derrochante de lozanía, deslizante de impureza, se había enfrentado al Doctor No, se descubría mortal, sincrónico, como cualquiera de sus congéneres. Aunque, justo es reconocerlo, Sean Connery conservaba y conservó, cualidad imperecedera, ese porte, esa presencia arrebatadora en pantalla cuya derrota ni siquiera se encontraba al alcance de las devastadoras competencias atribuidas a los años.