domingo, 13 de abril de 2025

Mejor no decir nada

  En la Literatura, como en el Cine o como en cualquier otra ramificación profesionalizada del Arte, no existe más triste perversión que aquélla en la cual el autor pone su obra a disposición de un público entusiasta con la conciencia de que va a aprehenderla por el solo hecho de que su nombre se imprime en la portada con tipos de letra de un tamaño que supera a los del propio título. O con la conciencia de un abstruso sentido del compromiso con sus lectores que lo lleva a publicar puntualmente —como el borracho que acude a su cita diaria con la cerveza en su taberna favorita—, en la creencia de que incumplirlo entrañaría fallarles o, aun, ofenderlos —como el borracho fallaría u ofendería a su tabernero en un día que le dé por la abstemia—. Esta creencia perjudicada por esa conciencia deficitaria, inflamada por la sobredosis de éxito, sería un tanto menos recriminatoria, más imprudente que dolosa, en definitiva, que aquella puesta a disposición acariciada por la conciencia depravada que apuesta contra el sentido crítico del lector, y gana. Pero, en uno y otro caso, el resultado es una obra arrebatada de literatura, sin alma, un producto infame destinado a ocupar el espacio reservado en los anaqueles de las bibliotecas a los sacacuartos estampados por la desdicha.

Saga Bond: Sean Connery (III)

  Que el Servicio Secreto Británico alcanzó, durante los estadios álgidos de la Guerra Fría, estratosféricas cotas en lo que popularmente se ha dado en llamar I+D+I, a la vanguardia de potencias como Estados Unidos o la Unión Soviética, lo prueba ese espectacular traje de buzo, capaz de mantener incólume, como la divina concepción de María, el esmoquin de James Bond, pajarita horizontal y clavel rojo resguardado en el bolsillo derecho de la alba chaqueta, masa y detonadores explosivos, tras una incursión en zona enemiga zambullido en el agua; la raya nivelada de un pelo secado y peinado al contacto con el aire nocturno y unos mocasines irredentos a las adversidades diarias de un agente secreto, que lo mismo valen para un chapuzón, una carrera de cien metros, una patada a la mandíbula o un salto de muro. Traje de buzo, no sería de recibo denostarlo, dotado de un sistema de camuflaje integral, conformado, innovación puntera de los sesenta, por una cresta de gaviota (o pajarraco hídrico por el estilo) que disimula la circulación subacuática del agente. Y es que de sobra es conocido que los pajarracos hídricos chapotean el agua de noche.

martes, 1 de abril de 2025

Saga Bond: Timothy Dalton (I)

 Artículo publicado en Lucenadigital.com:

Era el aniversario de la saga, veinticinco años, y 1987 no podía transcurrir sin una nueva entrega, la número quince, nada menos. La etapa Moore se había cerrado. Sin un sustituto elegido, el trabajo debía ir adelantándose. Richard Maibaum y Michael G. Wilson se pusieron manos a la obra con el guión. Partieron del relato homónimo de Ian Fleming, que rezuma en la primera escena postintroducción, para construir toda una historia. Ignorando todavía qué actor encarnaría al Agente 007, había que moldear un personaje neutro. Sin duda, existía el acuerdo unánime de rebajar la sucesión de chascarrillos hacia el originario periodo Connery, y se rebajaría más… Pero no adelantemos...

Saga Bond: Timothy Dalton (I)

lunes, 31 de marzo de 2025

Divagaciones legislativas

 Artículo publicado en Surdecordoba.com:

Es costumbre entre los gerifaltes del Legislativo procurar transcender en la historia nacional, imprimiendo, en los legajos del Archivo, nombre y cargo con letras doradas redundantes de filigranas. Recurren, para ello, a profundas reformas legislativas con aires metafísicos y pomposidad megalítica, en la creencia de que no hay problema que no resuelva un radical y contundente cambio de régimen. Arrasan con el sistema, a modo de devastadora explosión nuclear, y lo reconstruyen, a modo de civilización conquistadora. Pero hay casos en los cuales los solares desbastados por la atomización se tornan en arenas movedizas que subliman al roce y los edificios erigidos por la colonización se asemejan a cubos gelatinosos que licuan a merced de bruscos cambios térmicos...

Divagaciones legislativas

jueves, 13 de marzo de 2025

No son los nuestros

  Entro en la farmacia, dispuesto a comprar un producto habitual. Es un producto costoso, considerando la relación entre la cantidad en venta y el precio de la misma, pero no deja de ser un producto farmacéutico, por lo que es necesario y habrá que pagarlo… Qué remedio.

Saga Bond: Sean Connery (II)

  Los sacrificios que ha de hacer James Bond por Inglaterra hallan difícil acomodo en nuestra comprensión infantiloide derretida por tradicionalismos recalcitrantes y deglutida por individualismos narcisistas que anteponen el bien propio al común. Por eso, cuando la criptógrafa del consulado soviético en Estambul Tatiana Románova, vestida bajo las sábanas únicamente con una cintita negra rodeando su sedoso cuello, le demande satisfacer sus deseos sexuales, 007 se verá abocado a ello, a satisfacerlos más allá de las expectativas intrínsecas en la melosa proposición femenina, dando lo mejor de sí en el mal trance o brete incuestionablemente aleve, no por sentimentalismos amorosos o impulsos libidinosos, sino por Su Majestad y por Gran Bretaña, porque ha de cumplir con su deber… Pero, por partes.

sábado, 1 de marzo de 2025

Saga Bond: Roger Moore (y VII)

 Artículo publicado en Lucenadigital.com:

Cuando se complica el dar con un actor de la edad adecuada como para encarnar un villano que desafíe de un modo creíble al héroe, se sinceraba Roger Moore unos quince años después, honesto, y cuando las protagonistas femeninas tienen la edad que tenía tu madre al comenzar la saga, sabes que ha llegado el momento de dejarlo. Y había llegado el momento de dejarlo, decisión que los productores comprendieron. Panorama para matar (1985) sería la última película de 007 protagonizada por Roger Moore, séptima en su filmografía personal, y aún no superada en número… Y todos tan amigos...

Saga Bond: Roger Moore (y VII)