Los sacrificios que ha de hacer James Bond por Inglaterra hallan difícil acomodo en nuestra comprensión infantiloide derretida por tradicionalismos recalcitrantes y deglutida por individualismos narcisistas que anteponen el bien propio al común. Por eso, cuando la criptógrafa del consulado soviético en Estambul Tatiana Románova, vestida bajo las sábanas únicamente con una cintita negra rodeando su sedoso cuello, le demande satisfacer sus deseos sexuales, 007 se verá abocado a ello, a satisfacerlos más allá de las expectativas intrínsecas en la melosa proposición femenina, dando lo mejor de sí en el mal trance o brete incuestionablemente aleve, no por sentimentalismos amorosos o impulsos libidinosos, sino por Su Majestad y por Gran Bretaña, porque ha de cumplir con su deber… Pero, por partes.
El rotundo éxito de la primera entrega animó a los productores Albert R. Broccoli y Harry Saltzman a preparar una segunda con visos de continuidad. Terence Young se había mostrado un director eficaz, ante todo, veloz, y aunque se apreciaba en Sean Connery un par de gramos adicionales en el abdomen y un flequillo con ondulación sospechosa, augurio aciago, conservaron al equipo técnico para estrenar un año después, en 1963, Desde Rusia con amor, en la que registraron como marcas la apertura del disparo ensangrentado, la escena introductoria y los créditos iniciales psicodélicos, con una composición musical original que termina mutando al famoso tema principal, cuyo tarareo se generalizó. Se incorporó, ahora, al inolvidable Desmond Llewelyn (la sigla Q sin decidir, pasa, en la traducción española, como el encargado del material) y la misteriosa figura del maligno Ernst Stavro Blofeld, mientras que mantuvieron sus roles Bernard Lee, como M, y Lois Maxwell, como Moneypenny.
El liminar recrea una simulación de asesinato de Bond perpetrada por un gélido y hormonado agente de SPECTRA, Donald Red Grant (interpretado por un siempre interesante Robert Shaw). Tras la secuencia de créditos, el filme nos lleva a un campeonato de ajedrez en una sala cuyo prodigioso diseño impacta al espectador más que la partida que allí se juega. Durante la misma, el jugador Kronsteen (Vladek Sheybal) es convocado a una reunión, revelándose su condición de número cinco de la organización SPECTRA, en la que participará la número tres, Rosa Klebb (Lotte Lenya). En audiencia con el número uno Ernst Stavro Blofeld (quien se presenta en planos recortados, que enfocan un hombro o su icónico regazo en el que, con su mano anillada por el emblema de la organización, acaricia a su aterciopelado gato blanco), repasarán el malévolo plan urdido por Kronsteen. Klebb, antigua agente del SMERSH, engañará a Tatiana Románova (Daniela Bianchi) para que aparente su intención de desertar, que comunicará a las autoridades británicas, rogándoles ayuda a cambio de una máquina descifradora Lektor hurtada del consulado soviético en Estambul, donde trabaja como criptógrafa. Sí impondrá el requisito de que el agente británico de enlace no sea otro que James Bond, de quien se ha enamorado tras ver su fotografía de expediente. SPECTRA, entonces, aprovechará el viaje de Bond y Románova para sustraerles la Lektor y matar a 007, como venganza por acabar con el Doctor No, de modo que la Unión Soviética y Gran Bretaña se culparán mutuamente, enfrentándose hasta la extenuación, momento en el que SPECTRA se hará con el poder mundial. Como prevé la organización criminal, el MI6 considera segura la trampa, pese a lo cual no puede dejar escapar la oportunidad de conseguir una descifradora soviética, así que M enviará a Bond hasta Estambul, no sin antes equiparlo con el primer artilugio de la saga, descrito por el encargado del material, quien entra en plano bocetado de manual de instrucciones humano. El maletín de los agentes doble cero dispone de un rifle desmontable, en su interior; cartuchos y un cuchillo astutamente ocultos en los laterales; cincuenta soberanos de oro (nunca se sabe cuándo se puede necesitar cambio); y un portentoso artefacto explosivo, fruto de una mente maquiavélica al servicio del Estado, consistente en un falso bote de talco (producto que todo hombre lleva en su neceser) que, adherido mediante un imán al interior del maletín, se activa cuando se deslizan las pestañas de los cierres para abrirlo. La forma de evitar la explosión es la de girar las pestañas noventa grados, pasando de una posición vertical a una horizontal, punto en el que el maletín se podrá abrir sin riesgo alguno… Incluso, en un ejercicio de incertidumbre metafísica, invitan a Bond a practicar la operación de apertura, a fin de asegurarse de que no volará por los aires al salir de despacho de M, y todavía lo observan con cierta vacilación en el arqueo de la ceja… Las peripecias del Agente 007 por Estambul de la mano de su contacto en la ciudad, Kerim Bey (Pedro Armendáriz), son más dignas de ver en el metraje que de teclear en estas líneas. Baste reseñar la visita de Bond y Bey al campamento gitano, donde se les obsequiará con una danza y serán testigos de la costumbre, hábito del folclore local, del duelo entre dos mujeres (bellísimas, claro está) por el matrimonio con el hijo del jefe. El caso es que un ataque al campamento interrumpirá esa suerte de ordalía (atención al impagable instante en el que Armendáriz aplasta una bolsita de sangre artificial, o pintura roja, directamente, en su brazo, representando un disparo). Tras abatir la incursión enemiga, el jefe recompensará a Bond con el arbitraje en el enfrentamiento entre las aspirantes a esposa, cediéndoselas durante una noche. Labor que 007, por no herir a su anfitrión con gesto irrespetuoso, asumirá con estoicismo. Establecido, finalmente, el contacto con Tatiana, y convencida ésta de las cualidades amatorias del británico, el viaje en tren con la Lektor supondrá el asesinato de Bey, a quien necesitaban para cruzar la frontera yugoslava sin llamar la atención sobre la máquina, y la infiltración de Grant, quien suplantará a un agente de enlace para culminar el plan de SPECTRA. Que Grant cometa la insensatez de pedir vino tinto con el pescado durante la cena apostilla en Bond una notable carencia de gusto en el nuevo integrante del grupo antes que su casta enemiga. La lucha entre ambos dentro de la agónica estrechez del compartimento, una vez descubierto Grant, acredita una planificación destacable y un montaje esmerado que componen una secuencia de primer nivel, y que se repetirá en la saga años más tarde, con otro actor encarnando al protagonista. Aquí, la farándula de ingenios ofrecidos por su maletín (para eso se expusieron al espectador) conceden la victoria a Bond. No obstante, queda cruzar la frontera por tierra y el golfo de Venecia hasta la ciudad, trayectos en los que SPECTRA, que ya ha castigado a Kronsteen por su fracaso, procura aniquilar a los protagonistas sin lograrlo. Condensado en los últimos minutos de cinta, Rosa Klebb intentará una desesperada acometida definitiva, adentrándose en la habitación de hotel de la pareja disfrazada de camarera de piso, que le costará la vida. Precede a los créditos un amoroso paseo en góndola de James y Tatiana y paneo de cámara hasta sacarlos de encuadre. Cierre característico de la saga.
Este título y su posterior son mis preferidos de la era Connery. Desde Rusia con amor construye una historia sólida que quizá flaquee en el brusco giro del perfil de Grant, quien se manifiesta como un ser cuasi robótico durante la primera mitad del largometraje, para alternar con humana normalidad durante el tramo del tren. Sin embargo, la fotografía enmarca planos destacables y el diseño de producción, con una superior cuantía de escenarios, pespunta con hilos dorados una segunda entrega que contó con un presupuesto duplicado y sobrepasó en un tercio la recaudación, respecto de la anterior. La tercera entrega, sin duda, no se haría esperar.
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