Artículo publicado en Lucenadigital.com:
El ineluctable correr del calendario acarreó el vencimiento del contrato de Roger Moore. Se habían producido cinco películas y la firma sería ahora por título. Se plantó el actor en la negativa, en parte, por una mera estrategia de presión (todavía estaba fresco el tumultuoso recuerdo de la gestión en la transición de Connery), en parte, por una natural decadencia física (cumplió los cincuenta y cinco años durante el rodaje), un cansancio y un temor al encasillamiento. Pero la recientísima compañía nacida de la fusión de Metro-Goldwyn-Mayer y United Artists, MGM/UA, no tenía la intención de arriesgarse en la saga con la introducción de un nuevo rostro para el papel protagonista. Y luego rumiaba escamón el neófito dimorfismo por el temita de esa versión apócrifa, anunciada sin reparo para aquel año de 1983, que proclamaba, con altavoz nefario, a los cuatro vientos la reaparición de Sean Connery como 007, cual contrincante reaparición de una estrella del deporte, y que merecía replica contundente, como la de Cervantes al felón de Avellaneda...
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