Es
sábado por la mañana y abril está a punto terminar. Me he acercado a una feria
del libro en busca de un par de títulos descatalogados, de esos que ya no se
reeditan. Mis esperanzas son prácticamente nulas; en la actualidad, pocas
ferias de este tipo reservan espacio para las obras descatalogadas o de viejo.
En realidad, esta últimas, las usadas o de segunda mano, no son santo de mi
devoción. En algún momento excepcional he adquirido libros de este tipo, más
por el hallazgo inesperado del título o por la necesidad de añadirlo a mi
biblioteca que por resultar proceder recurrente. Reconozco el valor del
movimiento de los libros. Falta de espacio, desinterés hereditario, lectura
decepcionante o instrumento económico; a veces, se prescinden de volúmenes como
en febrero se prescinde del juguete regalado en navidades, y siempre es
preferible que lleguen a las manos adecuadas o solícitas, antes que quedar
abocados a la destrucción, a la desaparición o a la terrible oscuridad del
olvido. Puede deberse, mi rechazo hacia el libro usado, a mi peculiar negativa
a prestar libros o, por precisar, a mi peculiar negativa a que el libro
abandone el recinto donde se encuentra mi modesta biblioteca. Quiero decir que
no es que se trate de obras reservadas sólo para mis ojos, cuales ejemplares a
recaudo de Jorge de Burgos (aunque admito que aquí el símil patina un poco, al
ser un personaje ciego, sé de sobra, lector adiestrado, que me ha comprendido),
sino que puedo permitir que sean leídas in situ, y sin que nadie
fallezca a causa de la curiosidad (sí, a colación de lo de Jorge de Burgos).
Todo libro merece ser leído y difundido, porque todo libro es provechoso, para
el intelecto y el alma. Cosa distinta es que cualquiera se crea capacitado para
publicar un libro o que cualquiera se tope con editor que así lo crea y,
encima, cuente con lectores crédulos en demasía; pero, entre las facultades del
entusiasmo, se alza la de impedir apreciar el veneno que se traga al humedecer
la yema de los dedos para pasar las páginas (perdón, inevitable acudir de nuevo
a Jorge de Burgos).