No
me empacho con el consumo de televisión. Para el formato en abierto, apenas
saboreo un ridículo entremés. Ninguno de los múltiples canales de la TDT me
ofrece una programación que me satisfaga o entretenga. No sé, quizá sea
demasiado exigente o demasiado soso, un aburrido definitivo. En alguna ocasión,
sólo como prueba, he practicado el zapeo, con resultados desesperantes: jamás
he superado el canal veinticinco, y me consta que haber más, haylos. Los únicos
canales a los cuales me podía acomodar eran los consagrados meramente al cine;
sin embargo, de un tiempo a esta parte, tampoco colman mis expectativas. Ni los
documentales históricos (materia —la Historia— que me fascina), los cuales
consumía antaño con voracidad, donde hogaño no me tropiezo con temas atractivos.
Quizá sea que me hago viejo. El caso es que me pregunto si será cosa mía y,
siendo o no siendo así, ¿para qué tal cantidad de canales, cuando la oferta
deja tanto que desear?